lunes, 23 de septiembre de 2013

#Culturiosidad04

¿Cuál fue la clave para descifrar los jeroglíficos egipcios?

"¿Y todos estos dibujitos?" debieron pensar generaciones enteras de conquistadores y viajeros al pasear sus sorprendidas miradas por entre las maravillas del Antiguo Egipto. "Normal que los romanos hicieran provincia a Egipto, si se pasaban el día haciendo grafittis". Y es que hasta el siglo XIX los jeroglíficos eran para occidente poco más que ojo-pájaro-pájaro-pluma-señordeperfil*. Sabíamos que algo querían decir, pero el qué se nos escapaba y hacía mucho de aquellos tiempos como para preguntarle a algún lugareño sobre el significado de todas aquellas inscripciones.
Pero al iniciarse el citado siglo, entre los rifirafes franco-británicos que tenían lugar allá por tierras del Nilo, apareció lo que hoy se conoce como la Piedra de Rosetta, un fragmento de una estela egipcia en la que se encontraba inscrito un decreto del siglo II a. C. en tres formas de escritura distintas: jeroglíficos egipcios, demótico y griego antiguo. 
El hecho de que el texto escrito en cada una de esos tipos de escritura fuera básicamente el mismo posibilitó que, tras ponerse como locos de contento todos los museólogos y eruditos de la época, en 1822, Jean-François Champollion anunciara con orgullo y satisfacción haber descifrado el misterio de los jeroglíficos egipcios.

¡Y el ganador tuiterillo de esta semana ha sido @ffunness! ¡Muy bien, caballero!

*Los fans de los Simpsons sabrán que este broma no es mía...

domingo, 22 de septiembre de 2013

#02 Hollywood, no me jodas.

Poco se dice para lo mucho que nos ha jorobado.

Se está hablando mucho en los últimos tiempos de las believers y las directioners, ese ejército de jovencitas alocadas que amenazan con (Dios no lo quiera) dominar el mundo, con sus cabezas llenas de pájaros, coladas por unos polluelos con caritas de ángel y más movimiento de caderas que voz. Pero nadie habla de otro colectivo más peligroso, una mayoría silenciosa que, si bien puede que no llegue a la conquista del planeta, tiene sobrado potencial para destruirlo: las hollywers, mujeres (hechas y derechas) de todas las nacionalidades, razas y extracción social unidas mundialmente por su creencia ciega en las sucias falacias romanticoides que nos vende Hollywood.

Puede que percibáis en mi tono cierto resquemorcillo. Rencor, quizá. Odio. Rabia homicida. Pues sí, lo reconozco, pero es que Hollywood nos ha arruinado la vida. Hablo por mí y por todas mis compañeras, pero, ojo, esto no sólo nos afecta a las mujeres: vosotros, queridos, también estáis jodidos y bien jodidos. Al margen de otros fraudes internacionales como "Algún día lo entenderás" o nacionales, como el tan español "Estudia una carrera y tendrás un buen futuro", la industria hollywoodiense lleva destruyendo expectativas de ser feliz con una vida normal y común desde que el cine es cine.

La cuestión empieza desde la más tierna infancia, cuando nos criamos con las mentiras de princesas, príncipes y monstruos adorables que nos cuela Disney. Pero está bien, porque eres niño y los niños deben mantener sus naricillas alejadas del avinagrado olor de la realidad. Que vivan los Reyes Magos. El problema es que luego crecemos y nos siguen vendiendo las mismas historias, pero cambiando los dibujos por animados y encantadores protagonistas de carne y hueso con un piso en Nueva York centro.

Lo peor es que caer en las sucias redes de una película romántica puede pasarle a cualquiera, nadie está a salvo. Hasta en las mejores familias, vamos. Todo comienza cuando una noche te pones a ver un clásico de la historia del cine, Matar a un  ruiseñor, por ejemplo (algún día os hablaré de lo mucho que me aburrió Matar a un ruiseñor). Pero llegan los anuncios y decides hacer zapping mientras tanto. Entre corrosivos programas de cotilleo, cutre-adaptaciones de concursos americanos y la teletienda, te topas con una chorrada del estilo de 27 vestidos y a falta de algo mejor, decides dejarla hasta que tu obra maestra vuelva del intermedio de Antena3. Y CLARO, esperando, esperando, cuando te das cuenta, llevas tres cuartos de película vistos y una fuerza misteriosa te impide volver a cambiar de canal.

Así que ahí estás tú, una mujer adulta, madura, del siglo XXI, más o menos formada, tragándote un grandísimo truño cinematográfico y pensando "¡Por favor, que acaben juntos!". Pues he aquí un spoiler, amiga: van a acabar juntos y eres idiota. Claro que las dos cosas las sabes desde el minuto uno. Y es que las comedias románticas no van a sorprenderte: no va a haber un giro inesperado del argumento, el protagonista no va a quedarse con la bruja de pechos grandes ni abandonará su apartamento de Manhattan para irse a trabajar a un prestigioso despacho de abogados en Europa. Lo que hará, básicamente, es quedarse con la fémina principal, sin importar que en el nudo de la película se insinúe otra cosa. Porque, posiblemente, él tomará esa decisión de forma precipitada e impulsiva, en los últimos tres minutos de la cinta. No importa lo que ocurra en medio: una comedia romántica siempre irá del punto A al B. Ya puede ser el punto A que el chico y la chica se odien, que la chica sea gordita e impopular y el chico un guapazo mojabragas o que el mojabragas en cuestión sea su jefe o el novio de su mejor amiga (o una maravillosa e inexplicable combinación de todos ellos), que B siempre acabará siendo los protagonistas comiendo perdices en medio de alguna situación disparatada (en una carrera de globos aerostáticos, una escalera de incendios en el piso 121 de un rascacielos o, por supuesto, en la puerta de embarque de un aeropuerto) con una canción de Burt Bacharach sonando de fondo.

El ser racional y sensato que hay en ti sabe que es una patraña, que es ficción, que no te va a pasar. Pero en lo más profundo de ti, la princesa Disney sigue esperando que un día, al salir del Mercadona con la bolsa de rafia a reventar de productos (porque por no gastarnos diez céntimos en otra bolsa más estamos reinventando el concepto capacidad máxima) ese no necesariamente bello pero indudablemente atractivo y encantador caballero andante en vaqueros venga a robarnos el corazón con su risa casual, sus ojos chispeantes y sus detalles... ¡Ah, los detalles! Sí, chicos, esos detalles son la parte de las películas que os joden a vosotros. Porque las mujeres los almacenamos en el rinconcito del cerebro que se convierte en amor absoluto si los tenéis o en rencor silencioso y de por vida, si no los tenéis. Y seamos sinceros, muchachos, ¿cuántos de vosotros habéis ido a su oficina con un ramo de flores a decirle a vuestra churri que fue un error irse a ver la Champions al Bar Manolo mientras ella os había preparado una entrañable cena en casa para celebrar el aniversario? Pocos, pocos.

Ni siquiera los dramas son como en nuestra vida real. En las películas de Hollywood suenan desgarradores violines mientras el héroe parte valiente y sombrío a la batalla dejando atrás al único y verdadero amor de su vida. En el mundo real, te quedas lloriqueandole por whatsapp a tus amigos porque a tu Antonio le han doblado el turno y no puede ir contigo a ver la última de Tim Burton. Y mientras moqueas viendo el final de Pearl Harbor (donde no hay uno, sino DOS buenorros) te preguntas cómo habría sido la despedida si tu Paco se hubiera ido a la guerra y casi te da la risa de imaginártelo tan serio con su uniforme militar diciéndote "Cari, no me esperes". Claro, así no hay quien cree ambiente.

Total, que después de verte la pastelada romántica, miras a tu chico, suspiras y piensas que, si bien él no es Clint Eastwood en Los Puentes de Madison, tú tampoco eres Sandra Bullock en ninguna de sus películas y puede que mucho mejor así para los dos.

Y si al terminar la peli, vuelves a poner Antena 3, con suerte ya sólo faltarán un par de minutos para que vuelva del intermedio Matar a un ruiseñor.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

#Culturiosidad03

¿Qué mitico guitarrista y cantante estuvo enamorado hasta las trancas de la mujer de su mejor amigo hasta conseguir casarse con ella?

Qué puñetero es el amor, ¿eh? Mira que enamorarte de alguien que no te corresponde es chungo, pero si encima ese alguien es la esposa de uno de tus mejores amigos, lo tuyo es de subirse a lo más alto del campanario y lanzarse gritando "¡Muerte, no te temo!" Pero hay gente que canaliza su mala pata (o mal ojo) de forma mucho más fructífera y en vez de dejar un amasijo de huesos y carne espachurrada en la plaza del pueblo, lo que nos regalan son cosas como "Layla". Y eso fue lo que hizo Eric Clapton en 1970 cuando le escribió esta maravilla a Patti Boyd, por ese entonces amantísima (bueno, algo menos) esposa de su colega George Harrison. Nueve años después (las canciones al parecer no son de efecto inmediato) consiguió casarse con la susodicha, cuya relación con Harrison había terminado en 1974, aunque acabarían separándose en 1988.
Así que, querido Alex Ubago, no te desanimes, a lo mejor lo que necesita tu chica es tiempo hasta que tus canciones la vuelvan completamente loca por ti.

Por segunda semana consecutiva, la ganadora en villa twitter ha sido @PiolinaColt. U rock!

#Culturiosidad02

¿Por qué la rebeca (prenda de ropa) se llama así?

Qué monas son y qué bien vienen cuando refresca un poco. Que hace mejor temperatura, pues con tu camiseta sólo. Que viene un poco de biruji, pues sacas tu rebequita, estratégicamente comprimida en el bolso o milagrosamente colgada de cualquier parte de tu cuerpo y evitas ese vello tan erizado que se te ha puesto. Pero no siempre se llamó así.
Su denominación actual proviene de la película del mismo nombre de Alfred Hitchcock, donde era usada por la protagonista. Curiosamente ésta, la segunda señora De Winter, no se llama Rebeca y su nombre, además, no se menciona en ningún momento de la película ni en la novela de Daphne du Maurier en la que se inspira.

Esta vez, las más rápidas en desenfundar sus conocimientos en twitter fueron @ardilla1997 y @PiolinaColt. Ouh yeah, ladies!


martes, 17 de septiembre de 2013

#Culturiosidad01

¿Para qué servían las plumas de ave en las bacanales romanas?

Nos creemos que hemos asistido a un fiestorro porque hemos ido a asar costillas en la lumbre en la casa de campo de uno de nuestros amigos y hemos estado comiendo y bebiendo desde la una del mediodía. ¡JA! Aficionados. En esto los amos eran los romanos, que puede que de otra cosa no entendieran, pero de leyes, guerras, bacanales y orgías sabían un rato. Así que, en vez de hacer como nosotros, pobres contemporáneos amariquitados, que después del café y la bandeja de dulces vamos desesperados en busca de un sofá donde poder reposar nuestros restos mortales, los antiguos y sabios romanos se introducían por la garganta una pluma de ave que le provocaran arcadas para vomitar y seguir poniéndose morados hasta reventar el pellejo. Probablemente terminarían su jornada de banquete con algún que otro revolcón con los invitados y esclavos de turno, cosa que me imagino que tampoco hacéis vosotros en el campo de vuestro amigo Manolo.
Ay, qué tiempos aquellos...

El más rápido (de hecho el único) en responder correctamente en twitter ha sido @laratamarilla. ¡Enhorabuena! Premio no hay, pero ¿y la gloria?

viernes, 13 de septiembre de 2013

#01 Amistad y otras plagas

Sencillas maneras de vengarte del interesado amigo llorica.

Quien tiene un amigo tiene un tesoro. Lo que no te cuentan es que a veces es un tesoro con intereses. No es que tengas un amigo y a los cinco años de relación te devuelvan un 10% de lo que te has gastado con él en cañas y ron barato del Dia durante ese tiempo (ojalá). Es, sencillamente, que existe esa clase de amigos a los que adoras pero que, por los oscuros misterios del inescrutable universo, sólo aparecen cuando necesitan algo de ti. Que le des su currículum a tu jefe, quedarse a dormir en tu casa un día que tienen que ir a tu ciudad o, peor, muchísimo peor, horriblemente peor: lloriquear.

Seguro que con estos datos que acabo de darte ya tienes, como mínimo, una cara en mente.  Sí, piénsalo. Ese amigo desaparecido mientras todo el monte es orégano y al que un día se le desbaraja su escalera de color y hace ¡chas! y aparece a tu lado. Y claro, tú que eres todo nobleza (y tonto como tú solo) ahí estas, paquete de kleenex en mano, rezando para que el chaparrón pase lo antes posible.
Pues bien, ha llegado la hora de la venganza. Te propongo unos sencillos pasos que tienes la obligación moral de poner en práctica para recobrar el equilibrio del universo. Saca la libreta de los maquiavélicos planes y anota:

  • No te des especial prisa en contestar: Suele ocurrir que esta gente, cuya interacción habitual contigo puede ser representada gráficamente con una bola de polvo cruzando el desierto, de repente se volverá insistente, tenaz, cansina de huevos. No cometas el error de atender a sus requerimientos de inmediato. No cedas a la presión, sé fuerte. Puede que tu móvil se vea invadido por una ola de mensajes, whatsapps y llamadas perdidas a niveles rozantes al acoso pero no sufras, los smartphones de hoy están preparados para semejante batalla. Elige de tono de llamada una cuidada selección de temazos de ayer y hoy y ve cambiándolo cada dos llamadas. Enhorabuena, acabas de montar tu propia Kiss FM.
  • Marea un poco la perdiz: Siempre quisiste hacer lo de fingir que no tenías cobertura. Bien, es el momento de llevarlo a cabo. Descuelga, contesta y cuando empiece a soltarte el rollo de su triste y miserable existencia dil-e qu- -o tie-es co-ertu-a. Añade los efectos especiales que quieras (atasco, concierto de metal satánico, orgía descontrolada) de fondo y culmina apagando el móvil. De hecho, puedes probar a apagarlo y volverlo a encender un par de veces, para crear más confusión, antes de apagarlo definitivamente durante varias horas. Si al encenderlo no tienes 20 llamadas perdidas, es que la cosa tampoco será de morirse.
  • Alarga la conversación de cortesía: Como el susodicho llevará tiempo sin hacerte ni puto caso, intentará que no se note tanto que da señales de vida porque te necesita, así que dará un par de rodeos conversacionales hasta llegar al punto que le interesa. Extiéndete en tus respuestas sobre la salud, la familia y, sobre todo, en el tiempo meteorológico. Si puedes añadir un par de datos sobre temperaturas, probabilidad de precipitaciones y dirección del viento, mejor.
  • Atención, la justa: Escucha su película pero no te mates en seguir la trama. Quédate con nombres, hechos puntuales, datos sueltos y luego pregunta haciendo un mix. En plan: "¿Eso quién, Paco? Ah, no, Antonio" o "Entonces él se puso el vestido y tú le dijiste que le hacía culo. Ah, al revés". No hay un número homologado de veces para hacer esto. Cuando escuches dos o tres resoplidos de impaciencia al otro lado, sabrás que estás en el buen camino. Si después de una de esas preguntas se produce una pausa larga al otro lado, puedes estar seguro de que la otra persona está pensando que eres gilipollas y que quizá no fue tan buena idea acudir a ti. Bien, muy bien.
  • Tú más: Si a pesar de todo lo anterior, tu amigo/a insiste en contarte sus mierdas (no seas hipócrita, eso es lo que son para ti), te propongo un nuevo juego que consiste en quejarte aún más que él o ella. Que en su oficina tiene que trabajar 9 horas, pues tú en la tuya echas 16, y no os dejan ir al baño; que su jefe no le valora, pues al menos no usa un látigo de siete colas para motivarle, como el tuyo; que lleva varios días con un leve pero persistente dolor en el escroto, pues a ti te duele como si una familia de cangrejos de río te lo estuvieran retorciendo con sus pinzas. Aunque seas mujer. La idea básica subyacente es que tu vida puede ser aún más lamentable y desdichada que la suya. Llevando este punto a su máximo extremo, puedes llegar a conseguir que él te acabe consolando a ti. Disfruta, es tu momento.
  • Evita los consejos profundos: Cuando, a pesar de todo, no puedas evitar escuchar toda su historia, no entres en valiosas reflexiones sobre la situación. Acaba la conversación con un "Bueno, mañana será otro día" y añade que le tienes que dejar porque se te pegan las patatas.
Puede que alguno de los anteriores puntos te parezcan un poco mezquino, cruel y, por qué no decirle, propio de un negro hijoputismo, pero recuerda: este tío o esta tipa sólo aparecen por el interés, Andrés, así que la próxima vez que te llame para lloriquearte ya sabes lo que harás: cogérselo, escucharle y darle consuelo. Porque claro, tú eres tonto.