martes, 11 de marzo de 2014

#12: ¿Ser el nuevo o muerte?

¿Te acuerdas de tu primer día de colegio, o de instituto, universidad, curso de pintura? Llegabas sin saber muy bien dónde, reconocías en las caras que te rodeaban el reflejo de la tuya, con esos ojillos de Bambi perdido en el bosque y esa expresión de "Sólo sé que no sé nada. Y quiero que venga mi mamá". Todo eran nervios y anticipación, taquicardia e inexperiencia. Pero no estabas solo, porque los demás, tus futuros compañeros, estaban igual. Se creaba el vínculo, la Comunidad del Pardillo y dos minutos después ya tenías tres amigos nuevos que también habían ido al despacho equivocado a entregar el impreso equivocado con los datos equivocados. Te sentías idiota pero gozabas de la reconfortante sensación de estar acompañado en tu idiotez. Y a su manera, era genial.

Sin embargo, la cosa cambia Y MUCHO, cuando tú eres el único pardillo del lugar, cuando no hay Comunidad porque el cervatillo asustado eres tú y solamente tú. Cuando llegas a un sitio y eres El Nuevo. Ahora ya no te ampara la tranquilidad de que hay más personas inexpertas y muertas de miedo a tu alrededor. Ya no puedes mirar a alguien en igualdad de condiciones y decir "¿Qué? ¿Tú también la has liado? ¡Jaja!" porque nadie se reirá si lo dices. Porque eres El Nuevo, quién coño te has creído. A su manera, ya no es genial. En absoluto.

Para empezar. llegas queriendo ser invisible. Si pudieras, hasta dejarías de respirar para no hacer mucho ruido (pero no lo haces, claro, por lo de vivir y eso). En cierto modo, tu deseo se cumple, porque al principio la gente va a pasar de tu cara y vas a recibir el mismo nivel de atención que un geranio: te miraran de vez en cuando para comprobar que no has muerto. Que por ti estupendo, que tú estás en tu rincón oscuro, sin molestar a nadie, contando los segundos para salir por la puerta y echar a correr hasta llegar a casa y taparte la cabeza con el edredón, suplicando que sea viernes. Pero en algún momento, alguien intentará interactuar contigo. Lo cual tiene cierta lógica, ya que te han contratado o estás en clase o has asistido al curso de pintura. Entonces tú, levantando sólo un poquito tu capa de invisibilidad, respondes con voz muy bajita y educada, educadísima. Por favor, gracias, perdón, disculpe. Perdón. Perdón. Pides mucho perdón, prácticamente te disculpas por tu presencia o, incluso, por tu existencia. Yo no quería nacer y venirles a incordiar, pero mis padres se empeñaron...

Lo peor es que además de dirigirse a tí, la gente espera que tú hagas algo. Haz este informe, realiza este inventario, responde a esta pregunta. ¡JA! ¡Como si pudieras hablar! Lo único que sabes es que te meas y que no sabes dónde está el aseo y que no quieres preguntar porque para eso tendrías que hablar y tú no puedes prácticamente hablar porque te meas. Y dónde está tu mamá. Así que ahí estás, cagado de miedo, casi meado encima, con sudores fríos, haciendo un informe que nadie te ha explicado cómo hacer y que tú no te atreves a preguntar cómo se hacen, preguntándote por qué narices pasa tan despacio el tiempo y por qué no, por ejemplo, aparece un ejército de marcianos en tu oficina o tu clase y entre el fuego, la muerte y la destrucción, puedes escabullirte para ponerte a salvo bajo el edredón.

Tarde o temprano, al parecer le das pena a alguien y un compañero te pregunta "¿Te vienes a tomar algo?" y tú que tenías planeado sacar tu tupper y pasar el descanso en soledad mientras gruesas lágrimas de autocompasión resbalan como brillantes perlas sobre cada cucharada de lentejas descongeladas dices que sí, por integrarte. Entonces empiezan a hablar entre ellos sin hacerte mucho caso (que la cuota de conciencia social ya la han cumplido con invitarte) de sus cosas y a tener conversaciones del estilo "¿Fuiste ayer a eso?" "No, porque Carlos tuvo que sacar a la perra, que desde que pasó aquéllo no se fía" mientras tú te preguntas qué será eso y aquéllo o quién coño es Carlos y de quién es la perra.

Al volver haces una excursión al baño, que te atreviste a preguntar dónde estaba durante la comida, y ya que echas el viaje aprovechas para llorar un rato abrazado a tus rodillas mientras te balanceas sobre la taza del váter. Ya queda menos para el viernes, ya queda menos para el viernes...

Pero un día, sin que prácticamente te hayas dado cuenta de cómo ha ocurrido, sabes que Carlos es el novio de María, que eso era un curso al que además también van Jorge, Paula y Juan y que aquéllo es el virus del estómago que pilló la perrita de Carlos, que le puso el piso perdido: sabes muchas cosas más, porque ahora formas parte de ellas. Y, mientras sales a tomarte unas cañas con tus compañeros, acabas explicándole dónde está el baño a una persona en la que no te fijas demasiado. Será el nuevo, supongo.

3 comentarios: