lunes, 22 de febrero de 2016

Culturiosidad67

¿Qué fue el teatrófono?


Lo he dicho muchas veces: qué maravilla esto del interné. Si no de qué íbamos a estar todos aquí reunidos en un blog tan exquisitamente diseñado, con nuestros pijamas de venir a las Culturiosidades, estando uno en Madrid, otra en Barcelona, otra en Madrid, otra en Pamplona, otro en Madrid... (¡¿Estáis todos en Madrid, malditos?!). La cuestión es que ya nos hemos acostumbrado a que esto sea así y que todo lo que deseamos esté a sólo unos clics de nosotros (Bueno, los abrazos no. Qué pasa, tengo mi corazoncito, Bah.), por lo que nos cuesta imaginar un mundo sin ese acceso infinito a todo. Que queremos ver la entrega de los Globos de Oro en California desde Albacete, pues los ponemos en streaming o en diferido en alguna web; que queremos escuchar algo de la radio, la sintonizamos online o buscamos el podcast; que nos apetece ver una peli, nos la descargBUSCAMOS EN FNAC EL DVD. Pero antes, en el periodo oscuro y tenebroso que precede a la época internáutica, no era así.

Me remonto al siglo XIX, cuando ni siquiera había televisión (música de terror, gritos, violines estridentes). Si queríamos ver un espectáculo, nos desplazábamos al teatro, la ópera, el auditorio o lo que fuera y nos veíamos obligado a mover nuestro aplanado trasero del sofá (que igual son costumbres que deberíamos recuperar, lo lanzo como idea). Fue a finales de siglo, en 1881, cuando un francés llamado Clément Ader, tuvo una idea: inventó algo a lo que denominó Théâtrophone, que consistía en un servicio de emisión, por vía telefónica, de espectáculos teatrales y operísticos a sus suscriptores. De esta forma, podían asistir a los eventos culturales cómodamente desde sus burguesas chaise longue sin tener que pasar, además, por el incómodo trance de tener que socializar antes, durante los intermedios y después, con sus tediosos semejantes.

Las que casi siempre asisten a tiempo a la Culturiosidad aunque no estén suscritas al teatrófono son @Quetontosois y @Naar_Blog. Très bien!

lunes, 15 de febrero de 2016

#Culturiosidad66


¿Qué era conocido por los graciosillos como el harén de Pickering?


Warning: Lo que viene siendo la Culturiosidad está al final de una reflexión sobre el mundo y el HETEROPATRIARCADO OPRESOR que igual es un poco divagar y tampoco os interesa una porra, pero el blog es mío y juego con él como quiero No se devuelve el dinero, lo siento.

Supongo que no siempre fue así. En algún momento, cuando aún éramos alegres monetes saltando de rama en rama por las praderas de África, nadie diría qué podía hacer cada uno dependiendo de si era mono o mona. Las monas podían parir a otros monos, los monos podían hacer pis erguidos y competir por quién le acertaba al guepardo en los ojos desde más lejos, eso sí; pero no eran más que las diferencias de las que Mamá Naturaleza decidió dotarnos para hacerlo todo más complicado e interesante. Sin embargo, luego evolucionamos. Bueno, evolucionamos... Tal vez eso sea demasiado optimista. Digamos que empezamos a ir de un sitio a otro sobre dos patas y se nos empezó a dar bien hacer cosas con palos. Lo que sea. En algún momento, no se sabe exactamente cuándo, algo se torció. Lo de la división de tareas no estaba mal, tenía cierta lógica. Pero de pronto había una jerarquía en la que las mujeres (las que daban vida, las que aguantaban el dolor y sobrevivían, las que criaban a los demás) estaban por debajo y ya no podían hacer ciertas cosas, no porque la Naturaleza se lo impidiera, sino porque los demás seres humanos habían decidido que no porque eran mujeres. "Pero oiga, ¿cómo que no puedo salir de la cueva sola?" "¿Qué me cubra el pelo, con lo bonito que se me ha quedado?" "¿Por qué dices que no puedo ser carpintera?" "¿Que por culpa de que una mujer se comió una manzana se condenó a toda la human...? ¡¿PERDONE?!" Y así es como, no se sabe muy bien cómo en realidad, se nos prohibió hacer unas cosas, se nos impuso hacer otras y a día de hoy, cuando casi podemos ver atacar naves en llamas más allá de Orión, todavía tenemos que dejarnos los ovarios luchando para explicar que, básicamente, podemos hacer lo que nos salga de los mismos, como ellos y que lo único que lo impide son las limitaciones personales de cada cuál, con independencia de qué le cuelgue o no entre las piernas.

A las mujeres se les dijo que no podían pensar, no podían brillar intelectualmente, no podían mirar a las estrellas...

------------------[Inserte aquí abajo su Culturiosidad... de una puñetera vez]--------------------

Así es como llegamos al siglo XIX, en un Harvard dominado por los hombres. No es que no hubiera mujeres que estudiaran. A lo largo de la historia siempre hubo mujeres que destacaron en los diferentes campos del saber, pero se habla de ellas como excepciones. Por cada una que lograba abrirse paso a través de todo tipo de dificultades (y hogueras) para acceder al mundo intelectual, 200 se quedaban en casa criando a sus hijos, que era lo que tenían que hacer, claro. Entonces, cuando en la década de 1880 el director del Observatorio de Harvard, Edward C. Pickering, decidió reemprender el proyecto de catalogación de las estrellas de Henry Draper y contrató para ello a un grupo de mujeres, muchas de ellas con titulación superior, en los círculos de la universidad se las llamó jocosamente el harén de Piclering, porque claro, eran mujeres, qué otra cosa iban a ser. Sin embargo, estas mujeres astrónomas realizaron algunos descubrimientos importantísimos en su campo, mucho más allá de la mera labor de clasificación para las que fueron inicialmente contratadas demostrando, una vez más que lo de poner impedimentos a alguien por el simple hecho de ser mujer es una soberanísima gilipollez.

Enhorabuena a los culturiosos @Quetontosois, @laratamarilla y @Naar_Blog :)

lunes, 1 de febrero de 2016

#Culturiosidad65

¿Qué es un gusano musical?


Si necesita' reggaeton, dale. Sigue bailando, mami, no pareh... Y ahí estás tú, con tus entradas de los conciertos de AC/DC, Bruce Springsteen y Uriah Heep colgadas en el corcho de tu habitación y con esa pedazo de mierda, absolutamente incalificable como música, metida en la cabeza. En bucle infinito e imparable. Te das cuenta del alcance como arma de autodestrucción que tiene tu propio cerebro mientras piensas que vamo' a pegalnoh como animaleh y escribes tu nota de suicidio.

Ese fenómeno, que además (por ese extraño sentido del humor que tiene la hija de puta de la vida) no se suele dar con tu canción favorita o con cualquier otra que no haga que desees tu muerte o la del resto de la humanidad, es conocido como gusano musical. Los expertos, que son unos señores que saben mucho de todo de los que se habla constantemente pero nunca nadie ha visto, como los Reyes Magos o un futuro prometedor, explican ésta pequeña broma cerebral como un mecanismo de nuestra cabecita, a la que le gusta la repetición, por lo que las melodías sencillas son más fáciles de recordar y pegarse (de ahí que sea más complicado que se te meta un riff de Ritchie Blackmore que un truño de Quien Sea ft. Pitbull). A eso hay que sumarle la sobreexposición musical a la que nos vemos sometidos con sólo vivir fuera de una cueva, por lo que las posibilidades de que te persiga una canción que jamás habrías escuchado por voluntad propia aumentan espeluznantemente.

¡Mucha participación tunait! ¡Enhorabuena a @Kyol, @Quetontosois, @pratelly, @laratamarilla, @Niladynimedia y @DarthFurby!
Si necesitah culturiosidad, dale...