Nunca estás preparado para su llegada, pero siempre llega.
Todos los años te pasa igual. Te pilla por sorpresa y, aunque el calendario es inmutable como el pelo de Soraya Sáenz de Santamaría, no eres capaz de verlo venir. Porque es agosto, estás de vacaciones, tus días transcurren entre playas paradisíacas de blancas arenas y aguas cristalinas, o en un idílico paisaje rural con esponjosos corderos de ojillos tiernos y más tiernos muslos a la brasa, y las horas pasan saltando de siestas infinitas a fiestas indefinidas, derivables muy probablemente en orgías salvajes... (no sé como será vuestros veranos, pero algo así como los míos, ¿no?). Todo es jolgorio, algarabía, alcohol, ropa de lino y risas. Crees estar en el Cielo o en un anuncio de Philadelphia pero un día cualquiera (porque desconoces en qué día de la semana vives) pones la televisión después de comer para ver el bodrio de telenovela al que te has enganchado este año y ahí está: Construya el mayor navío del siglo XVII paso a paso. Con la primera entrega recibirá un cartón muy grande y la primera pieza de los tan sólo dos millones que necesitará antes de tirar la toalla y mandar el barco a la mierda. Oh, Dios mío. Empiezan los coleccionables. De repente, tu relajada vida de Paris Hilton con el graduado escolar se desmorona.
Y entonces te das cuenta de que llevas mucho tiempo viviendo una farsa. Peor aún: te das cuenta de que en realidad la farsa ha durado dos semanas, aunque tú ya ni recuerdas cómo era tu vida antes de las vacaciones. Tienes que rebuscar en tu carpeta de los papeles para descubrir en qué trabajabas y poner una dirección en el GPS que te lleve de vuelta a la oficina el día 1. Buscas una nómina firmada con la esperanza de que debajo ponga el nombre de tu jefe, que ya sólo recordabas como el cabrón aquél. Y el anuncio de Philadelphia se desvanece con el primer estridente chillido del despertador que osa privarte del sueño antes de las once de la mañana. Adiós, alegría, adiós.
Así es como el 1 de septiembre marca el principio del fin cuando tú aún estabas cogiéndole el punto al principio del principio. No puedes hacer nada aparte de echarte a temblar: septiembre ha vuelto. Y, precisamente, septiembre es el mes de la vuelta. Vuelta al cole, vuelta al trabajo, vuelta a las clases, vuelta a hacerte todos los propósitos que abandonaste el 2 de enero. Porque tú, estúpido optimista, no escarmientas. Vuelves a apuntarte al gimnasio, no te vaya a pillar en bragas la operación bikini del año que viene, como cada año. Y vuelves a llenar el carro de la compra de frutas, verduras y muchas cosas verdes y aparentemente saludables para empezar a cuidar en serio tu alimentación. Como cada año. Y vuelves a comprar el primer fascículo de ése método infalible para aprender inglés y alemán, que siempre viene bien poder poner en el currículum que te gustan los coleccionables. Además, este año seguro, seguro, seguro que llegarás más allá de la tercera entrega. Porque este año sí que sí a todo. Aunque si desistes ahora siempre cuentas con la reválida de enero.
Bien, amigo, te adelantaré algo: desistirás. Porque la vuelta al trabajo se hace dura y cuando sales cansado después de todo el día levantando el país, lo último que tienes ganas es de ir al gimnasio a que un tío en mallas de dudoso gusto te grite que muevas el culo al ritmo de música que sólo podrías apreciar yendo hasta arriba de coca. Porque en vez de pasarte dos horas cocinando ese sano y delicioso plato de brotes de soja a la fina alfalfa a fuego muuuy lento en la plancha, metes una lasaña al microondas y te regalas unas onzas de chocolate de postre. Porque después de todo el día partiéndote el lomo no vas a ponerte a memorizar 50 palabras en inglés pudiendo ver la serie de mafiosos que acaban de estrenar. Y porque, en cualquier caso, la primera entrega es la única barata. Además, ¿quién define lo que es una colección? Tú puedes considerar por tal el dedal del Vaticano, el abanico con las Meninas, el DVD de un capítulo de Érase una vez la vida y el timón del Sovereign of the Seas. Que cada uno coleccione lo que le salga del alma.
Conforme pasan los días y los ataques de llanto se hacen menos frecuentes y prolongados de camino al trabajo, empiezas a pensar que quizá eso de septiembre no esté del todo mal. Los niños del vecino ya no dan la vara veinticuatro horas diarias porque se pasan medio día confinados en el colegio y se ha recuperado el toque de queda en tu barrio y a las diez de la noche ya no hay ni un molesto menor en la calle. En el ambiente empieza a respirarse aroma a otoño y tú, que siempre fuiste un bicho raro (por lo que con los años te hiciste twitter), adoras esa estación. Y todavía mejor: ves que todo el mundo lleva en el rostro la misma expresión de depresión en la cara que tú. ¿Acaso hay algo más bello que la empatía popular?
Total, que decides ver el lado ponsitivo, como dice mi querida Martita Pons, y piensas que empezarás poco a poco, que lo que no se pueda ahora se intentará en enero y que los días nublados también tienen un encanto que habías olvidado en aquellas bacanales en la playa. Y de reojo miras la manta que tienes bien doblada en un brazo del sofá desde abril y piensas "Pronto, amiga, muy pronto..."
Total, que decides ver el lado ponsitivo, como dice mi querida Martita Pons, y piensas que empezarás poco a poco, que lo que no se pueda ahora se intentará en enero y que los días nublados también tienen un encanto que habías olvidado en aquellas bacanales en la playa. Y de reojo miras la manta que tienes bien doblada en un brazo del sofá desde abril y piensas "Pronto, amiga, muy pronto..."
Sencillamente genial. :D La naturaleza humana hecha relato.
ResponderEliminarMuchas gracias, traguito bonito :)
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