Probablemente, la no extinción de la especie se explica en que no siempre somos sinceros.
El ser humano es un animal social. Lo es aunque hay días que sólo te apetece matar a todo el mundo con un hacha (pero esto es algo que ya estamos tratando mi psiquiatra, la medicación y yo). Desde que nos bajamos del árbol, unos mejor que otros, hemos sentido la necesidad de agruparnos y convivir en manada. Primero por lo de defendernos juntos del tigre dientes de sable, luego que si el mamut entre todos lo cazamos mejor, que ese bicho es muy grande, después vino lo de mira qué ojitos me pone esa crogmañona... Total, que al final, sin saber muy bien cómo, acabamos todos apiñados en la misma cueva y claro, cómo le dices a tu vecino que vaya mierda de bisonte ha pintado, que parece mentira que los esté viendo todos los días, que qué desperdicio de sangre para hacer ese pintarrajo. Y acabas diciéndole "Aurf wraf", que es el equivalente prehistórico de "Oh, tienes un don par esto. Continúa cultivando tu arte, seguiré de cerca tu carrera, se nota donde hay talento". Ahí es cuando nos dimos cuenta de que para convivir había que mentir como viles bellacos.
Fueron pasando los milenios y el hombre fue evolucionando, no necesariamente a mejor, pero desde luego sí a más complejo y con él lo hicieron las relaciones sociales y las mentiras que las sustentan. Porque claro, tú lo quieres, pero no es la más grande que has visto ni desde luego ése ha sido el mejor de tu vida. Por mucho que aprecies a tu amigo, no crees que se tome bien oír que preferirías escuchar una matanza de cachorritos que esa maqueta que ha grabado. Y, por supuesto, no puedes decirle a tu novia que ese vestido le hace el culo gordo si quieres seguir conservando la cabeza sobre los hombros. Así que te acostumbras a mentir a pequeña escala para evitar una espiral de suicidios y asesinatos a tu alrededor. Qué bueno está este cocido, suegra, apenas se nota que se ha volcado el tarro de la sal en la olla; ¿me pasa el agua? Sí, por supuesto que estoy familiarizado con la obra de Kant. NO, NO ME PASA NADA, CARIÑO. Claro que tu novio es guapo, pero tampoco es que haya pensado en follármelo salvajemente sobre una mesa cada vez que lo veo. ¿Cómo no voy a guardarte el secreto? ¡Cuenta, cuenta! Muchas veces ni te das cuenta. No lo haces a mala fe, sólo quieres preservar los sentimientos de los demás y la integridad física propia. Y, sin que apenas lo notes, vas entretejiendo tu vida de diminutas mentiras piadosas que hacen posible algo parecido al afecto entre personas.
Como en todo, hay gente que lo hace mejor y gente que lo hace peor. Yo, por ejemplo, miento de pena. Pero de pana. Vamos, que si algún día necesitas ayuda para enterrar un cadáver u organizar un cumpleaños sorpresa, no me llames. Como odio mentir, tiendo a autoboicotearme con risitas, titubeos, tartamudeos y cara de "Sólo un milagro haría que te tragaras esta mierda". Sin embargo hay personas que sí saben y lo hacen sin problemas prácticos ni de conciencia. Tienen un don. Y memoria. Porque para mentir hay que tener mucha memoria. No me acuerdo yo de lo que cené anoche, voy a acordarme de los idiomas que puse que dominaba en el currículum. Pero hay gente que es capaz de recordar el hilo argumental de sus propias mentiras desde 1970. Es más: hay gente que se cree sus propias mentiras. Que sí, de verdad, que yo soy muy tolerante pero uy, qué barrio, cuánto inmigrante, ¿no? ¡Y esos dos hombres van cogidos de la mano! Pero que soy yo muy moerno. En serio.
Luego ya están las macromentiras. Los relatos de ficción que trascienden del círculo personal de alguien y se extienden a lo largo de nuestro redondo planeta. Haz el bien y el karma te recompensará. No disfrutes de esta vida, que las risas vienen en la próxima. Somos una raza superior que merece exterminar a las demás. La leche de soja está buena. Estudia y en España tendrás un trabajo y un sueldo dignprffffJAJAJAJA, lo siento, con ésta no puedo ni aguantarme.
En el lado contrario están los hipersinceros, ésos que se sienten en la obligación moral de soltarte todo lo que les pasa por la mente sin que le preguntes. Los que confunden sinceridad con impertinencia. Los que conservan todos los dientes sólo porque tú eres una persona extremadamente civilizada y dominas el autocontrol.
Supongo que la supervivencia de la especie depende de encontrar el equilibrio entre ambos extremos y alternar las mentiras piadosas para no dejar a nadie hundido en la miseria con la cantidad de verdad necesaria para que las personas no vivan encerradas en los mundos de Yupi. Turnar sinceridad y mentirijillas en su dosis justa. Y jamás decirle que le hace el culo gordo.
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