lunes, 16 de junio de 2014

#14: Condenados a pena de estudio

Un día descubres que mides tu vida en convocatorias...



Ayer puse el telediario. Es una cosa que no hago a menudo porque estoy delicada de la úlcera y no me conviene hacerla sangrar con frecuencia, pero ayer tocó. Entre las importantes e imprescindibles noticias sobre el Mundial y las pequeñeces sobre las guerras en Oriente o los problemas de la crisis, zamparon las noticias típicas de relleno con las que poder alargarlo otros 40 minutos. El caso es que ayer les dio hablar de septiembre. Que la gente aún está con los exámenes de junio pero eh, empecemos a amargarles ya, no vaya a ser que crean que van a tener vida. La cuestión es que "los expertos" (esa gente que sale en los telediarios sabiendo de todo) intentaban dar técnicas para llegar bien a esas fechas (empezar con tiempo, organizarse, BLABLABLÁ) y salió un chico diciendo "En verano, puedes estudiar y también puedes divertirte". Su puta madre. Entiendo que la juventud del chaval le indujese a error. Que aún no sabe lo que es realmente estudiar y que puede conciliar un verano desenfrenado en la playa bebiendo alocados malibús con piña con el estudio de la Física y Química que le ha quedado este 3º de ESO. Pero no.

"La vida del estudiante es la mejor". A ver, sí y no. Los que dicen esto conciben la vida estudiantil como ese periodo en el que probablemente sales de tu casa por primera vez, descubres que puedes emborracharte seis días a la semana y seguir vivo y adoptas los tupper congelados de tu madre como parte fundamental de tu supervivencia. Vale, a veces es así. Quien niegue que ha salido una noche con sus compañeros, se ha puesto finísimo a base de productos etílicos varios y ha acabado durmiendo en el piso de alguien después de subirse una señal de tráfico y dejarla en medio del salón, probablemente miente. Pero la euforia se pasa, el dinero se agota, el hígado se resiente y los exámenes... se acercan. Y de repente, la vida ya no es maravillosa.

Entonces llega la parte de ser estudiante que en las películas americanas de hermandades universitarias en California no te cuentan. Al principio, tú intentas empezar bien. "Me levanto a las 8, me ducho, desayuno, me voy a la biblioteca..." Eso te suele durar dos días. Pero el tiempo va en tu contra, la presión te va empezando a retorcer las tripas, los días tienen menos horas de las que necesitas. Entonces empiezas a hacer cosas insospechadas, como levantarte muy temprano, pero no para ver amanecer, porque ni siquiera subes la persiana de tu habitación para que se ventile. Ya no te vistes y te vas a estudiar fuera. Te quedas en casa pasando de un pijama a otro y cosas básicas como afeitarte, si eres chico, o lavarte el pelo, si eres chica, pasan a un segundo plano en tus prioridades. No te das cuenta, pero poco a poco vas abandonando la esencia humana y comienzas a adoptar la de trapo viejo del polvo. Cualquier luz más fuerte que la del flexo te escuece. Te vuelves un ser huraño, asocial Y NO, NO ESTÁS IRRITABLE, COPÓN YA. Las largas noches de calimocho se difuminan en tu recuerdo y ahora sólo te drogas a base de café o RedBull.

Y que pases 20 horas sentado en una silla delante de una enorme cantidad de folios con letras no significa que te vuelvas un ser hiper productivo. Sólo puedes asegurar que se te va a quedar culo-carpeta. Porque tu cerebro tiene un límite y puedes empezar con energía, pero después de unas horas se vuelve muy importante distribuir los apuntes sobre la mesa en ángulos exactos de 90º, ordenar los subrayadores según la gama cromática o colocar los post-it en forma de molinillo de viento. Los pequeños detalles se tornan fascinantes: quién iba a decirte a ti que en el trozo de gotelé que tienes enfrente del escritorio había una reproducción exacta de las Meninas; o que el vecino del otro lado del parque pasea al perro exactamente a las 10 todas las mañanas; o que cómo se llamaba el protagonista de aquella serie que veías cuando tenías seis años, que quizá deberías buscarlo en Google... Al final, sólo estás haciendo tiempo fingiendo que estudias para lavar tu conciencia y cuando finaliza tu jornada, miras el planning que te habías hecho, miras lo que has avanzado... y lloras fuerte, muy fuerte.

Cada año que pasa es menos divertido, hay menos fiestas salvajes entre convocatoria y convocatoria y a tus neuronas les cuesta más pegarse esos atracones de saber que antes cultivaban tu espíritu. Incluso puede llegar un día en el que, sin saber cómo, estudias y trabajas a la misma vez, supongo que porque estás cansado de vivir pero no te atreves a dar el paso del suicidio rápido y definitivo.

Menos mal que un día (que se te antoja lejanísimo) acabas, tienes tus títulos y te espera un futuro prometedor, con un buen trabajo bien remunerad... Bueno, que lo importante es la salud.

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