A veces se nos olvida que los dioses terrenales que admiramos e idealizamos no son, en realidad, más que personas humanas, presumiblemente de carne y hueso, que, sencillamente, son jodidamente buenos en lo suyo. Nos parecen algo distante, allí en lo alto de su gloria, pero es muy posible que, lejos de lo que pueda parecernos a los pobres mortales, pagadores de hipoteca, becarios y consumidores de pizza congelada, esas personas se sientan a veces tristes, inseguras, con un humor de perros o el síndrome premenstrual.
Nosotros vemos el final feliz, la gran obra terminada, la admiramos, la criticamos, nos reímos, la alabamos, pero apenas nos llega el tufillo del sudor, el insomnio o las lágrimas que estuvieron de por medio en su creación. Precisamente lágrimas fueron las que acompañaron a David Coverdale en una de sus primeras grabaciones como nuevo vocalista de Deep Purple. Una de las mejores (¡¡y sensuales!!) voces del rock y de la historia de la música no estuvo, sin embargo, nada satisfecho cuando escuchó por primera vez lo que habían estado grabando de once de la noche a siete y media de la mañana:
"Cuando oí las primeras grabaciones pensé que eran horribles. Pensé que eran tan malas que me senté en el suelo y comencé a llorar porque quería ser muy bueno. Posteriormente, esa noche, lo hice en dos tomas. Lo intenté duramente hasta conseguir la fuerza emocional que sabía que el tema necesitaba."
Omitiendo valoraciones personales sobre lo que la imagen de un joven y nervioso Coverdale llorando en un rincón me sugiere, porque estamos en horario infantil y porque, al fin y al cabo, ¿quiénes sois vosotros, queridos desconocidos, para que yo os cuente lo mucho que este señor me... parece tierno?, nadie puede negar que el resultado fue poco menos que de encumbrarse al Olimpo. ¿Que exagero? Encended los altavoces, subid el volumen y negádlo, si os atrevéis.
¡El que ya no se pone nervioso y es todo un profesional de la #Culturiosidad es el señor @laratamarilla!
No hay comentarios:
Publicar un comentario