A estas alturas de mi vida ya estoy tan americanizada que en caso de emergencia voy a marcar con gran decisión el 911 y a esperar que en tres minutos se presenten en mi puerta dos patrullas de policía, seis ambulancias, un helicóptero y medio cuerpo de bomberos de Nueva York para cortarme, con eficacia y habilidad, el piquito de la uña del pie que me hace daño con las botas. Esperaría en vano, claro, porque desde 1991 en los estados mienbros de la Unión Europea unificaron (de ahí lo de "unión") el teléfono de emergencias en sus territorios: el —Dios lo bendiga— conocido 112.
Sin embargo, no fue éste el primero que existió y, entre las llamadas a gritos a los vecinos y los números de emergencias actuales, hubo otro, también de tres dígitos, precursos de los ángeles de l guarda modernos: el 999.
Su origen se remonta a 1935, cuando un incendio en Londres costó la vida a cinco mujeres por culpa, entre otras cosas, de que el vecino que intentó llamar a los bomberos se encontró todas las líneas de la centralita (a las que se llamaba marcando el 0) ocupadas. Después de la tragedia, la Dirección Central de Correos decidió crear el primer número de emergencias de la historia.
Se decidió que tendría tres dígitos iguales y se barajó el 000, el 111 y el 999 para que el tope de la rueda sirviera de referencia en casos de oscuridad, humo o invidencia. Descartaron la primera opción, el 000, porque al marcar el primer 0 se pasaba a la centralita. El 111 podía crear una llamada accidental por culpa de los cables los días de viento. Así, en 1937 se inauguró en 999 como teléfono de emergencias, que al marcarlo activaba una luz y unas alarmas para que desde la centralita le diesen prioridad.
¡La que siempre llama rápido a la culturiosidad es la bonita @khiranamislati, seguida a rebufo (un rebufo amplio...) por @LizSherman!
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