jueves, 7 de noviembre de 2013

#06: Qué bien el transporte público

Un trayecto da para más documentales de fauna que un safari por Kenya.


Y tú ¿por qué utilizas en transporte público? ¿Yo? Por cuidar el medioambiente, que es de todos. Además, me gusta relacionarme con mis semejantes y disfrutar de un ratito para pensar tranquilamente en mis cosas.... Y una mierda. Perdón: y una GRAN mierda. La única y verdadera razón por la que utilizamos el transporte público es porque no nos queda otro remedio. Si no de qué. Lo coges porque no tienes el carnet, porque no tienes coche, porque no puedes aparcar en el centro, porque se te ha roto la moto... Y si no vamos a ver, ¿de verdad alguien cogería el metro en hora punta si tuviera la opción de ir en su coche, tranquilo, con su música, su calefacción o aire acondicionado y oliendo a Don Pino silvestre? ¿Por placer? Amos, hombre, no me jodas.

Cualquier otra excusa que pongas será una coartada barata que le contarás a tus amigos de la jet-set para disimular que eres de la plebe. ¿Tiempo para reflexionar sobre tus cosas? Claro, porque seguro que a las 8 de la mañana mientras viajas al trabajo está tu cerebro pensando en algo que no sea la cama que acabas de abandonar y a la que no volverás a ver (sniff) hasta la noche. O que a mediodía piensas algo, en general, cuando todo el mundo sabe que a ciertas horas es nuestro estómago el que rige nuestro destino.

Además, es un deporte de riesgo que empieza con esa trágica (y ridícula) escena que todos hemos protagonizado de ver pasar nuestro autobús/vagón cuando aún estamos a cien metros de la parada. En esos momentos tienes que tomar una difícil decisión en nanosegundos: dejarlo pasar o correr como Flash que lleva el diablo y en ese brevísimo tiempo tienes que valorar variables como tu forma física (que es penosa), el tiempo que tarda en venir el próximo (si hay próximo), lo mojado que pueda estar el suelo... Elijas lo que elijas, puedes hacerle adiós con la mano a tu dignidad porque se te quedará cara de gilipollas si te decides por la primera opción y echarás los hígados, colorado y jadeante, en el segundo. Y ya si corres y aun así se te escapa, ni te pinto el cuadro que se te queda por faz.

Y ahora que ya estás a bordo, coge sitio, TE RETO. Que yo he visto autobuses urbanos españoles que no le envidian nada a los trenes de la India. ¡Ni el exotismo! Porque la fauna que puedes encontrar en un transporte público es la mayor muestra de biodiversidad en un espacio reducido que puede encontrarse en el planeta. Sin detenerme demasiado en el binomio transporte público - (falta de) higiene, que podría abordarse con un sencillo "Si no lo haces por ti, hazlo por los demás, hijo de la gran meretriz", se puede decir que la gente que comparte vagón contigo es como tu familia: que tú no la eliges, pero te toca convivir con ella. Y se ve cada individuo por ahí que yo he llegado a plantearme si pertenecemos a la misma especie.
Además, hay una cosa que a mí me pasa y es que la gente me habla. Siempre. En cualquier trayecto, a cualquier hora. No digo que hablamos, no, QUE ME HABLAN. Independientemente de la cara de muerta o de pegadmeuntiroporcaridad que lleve, que a veces, os prometo, es mucha. Que me verán pinta de sociable o yo qué sé que narices, pero así he acabado en un autobús a primera hora, después de haber salido de fiesta, con una señora contándome que era su cumpleaños y cómo lo iba a celebrar con cada miembro de su familia. O asistiendo a una tertulia entre abuelos sobre cuándo fue la última vez que nevó en la ciudad. O escuchando cómo el tío del coche tunning no pasó la ITV yendo yo rumbo a un examen... Podría escribir un libro sólo de los personajes que me encuentro. (Quizá lo haga y entonces os tocará comprarlo). Mira que yo me resisto al principio. Miro por la ventanilla, respondo con "Hum" y "Am", empiezo a desenroscar los auriculares. Pero a la gente en realidad le da igual: han seleccionado a su víctima y me voy a comer su vida quiera o no. Y de verdad que hay días que no quiero. Piedad.

Luego hay un fenómeno que se produce en un viaje en transporte público y cuyo estudio habría hecho que Einstein se sintiera en Disneyland: el tiempo se expande, haciendo que un trayecto de 15 minutos en coche se convierta en uno de 40 minutos en autobús, con sus mil paradas, sus retrasos, su conductor amable que te habla en gruñidos (si te habla); y mientras, el espacio se contrae, mucho, poco a poco pero de forma continuada hasta que, inexplicablemente, te encuentras encajado entre una señora de amplio volumen, un cani con música en el móvil, un señor peligrosamente cercano a tu culo y la barra para agarrarse. Que por otro lado, agarrarte no te hace falta, porque en caso de brusco frenazo tu nuev familia temporal impedirá que muevas tu cuerpo una micra y, en caso extremo, el señor de detrás te cogerá del culo para que no te caigas Qué suerte.

Mi consejo es que, si no tienes más remedio y te ves obligado a desplazarte en un transporte público, intentes hacer el viaje lo más soportable posible: llévate un libro, el mp3, aprovecha para pensar en tus cosas... Y si todo falla, pregúntale a la señora de al lado cuando es su cumpleaños.
Y sonríe, que estás cuidando el medioambiente.


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