Necesitas descansar o acabarás explicándole a un juez por qué mataste a toda esa gente.
Hay veces que todo se acumula sobre tus hombros. Sin saber
cómo, se te viene una cosa encima y luego otra y enseguida otra y poco a poco
te empiezas a asfixiar. De pronto, te necesitan en el trabajo, en casa, tus
amigos, la vecina del sexto y hasta el agaporni de tu primo, sin haber sabido
tú lo que era un agaporni hasta hace dos horas. «Termina este trabajo.»
«Quédate a cuidar a los niños.» «Compra papel higiénico.» «Ve a casa de tu tía
a ver qué necesita.» «Me ha dejado la novia, escúchame llorar hasta que Alex
Ubago te acabe pareciendo un tipo duro.» No sabes en qué momento has decidido
optar a Premio Nobel de la Paz, pero ahí estás, atendiendo a todo el mundo y,
sin darte cuenta, llegando a tu límite.
Es posible que tú ni te hayas percatado, con todo el lío que
llevas a cuestas, pero hay pequeñas señales, sutiles indicios que deben hacerte
sospechar. Puede que una noche te eches a llorar ante los restos de la cena
sencillamente porque la idea de quitar la mesa te supera. O que eso que creías
que era tu nuevo gato no es más que la cantidad de pelo que se te ha caído al
salir de la ducha por el estréss. Puede que acaben de ponerte a disposición
judicial por haber matado indiscriminadamente a la mitad de la clientela del
supermercado después de que una señora mayor se colara de forma descarada
delante de ti en la cola. En este último caso, me temo que mis consejos llegan
tarde, pero sigue leyendo porque quizá puedan rebajarte la pena.
Probablemente no seas rico (si no, de qué ibas a estarme
leyendo en vez de buscar tu nombre en la lista Forbes o comprar un polo de
Lacoste con el cocodrilo a tamaño real), por lo que la opción de buscarte un
sucedáneo de Rancho Relaxo en el que pasar horas a base de baños de barro,
masajes y fresas en bañeras llenas de espuma y sales aromáticas queda fuera de
tus posibilidades. Pero no te preocupes, los pobres también podemos sobrevivir.
Para empezar, cambia tu filosofía de servicio público y afán
de perfeccionismo, inspira fuertemente varias veces y repite conmigo: A tomar por
culo todo, a tomar por culo todo, a tomar por culo todo. Mucho mejor, ¿verdad? Y
ahora, aplica el nuevo mantra a tu vida.
—Termina este trabajo.
—Veré qué puedo hacer.
—Quédate con los niños.
—Son tuyos, yo hoy voy al cine.
—Ve a casa de tu tía, a ver qué necesita.
—Ahora le mando un whatsapp.
—¿Te puedes quedar con mi agaporni?
—¿Qué coño es un agaporni? ¿Se come?
A lo mejor si replicas te cuesta aguantar alguna bronca,
mohín o puchero. Entonces prueba a decir “Vale” a todo y luego hacer lo que te
salga del... fondo de tu alma. Muchas veces, la gente sólo quiere que le digas
que sí y luego ni se dan cuenta de que al final te has salido con la tuya.
Sí, es posible que tu candidatura al Nobel se caiga de la
lista, pero irás notando que el pelo te crece con más fuerza. ¿Que te lloverán
críticas? Pues claro, la gente es una desagradecida y no importa que le hayas
donado un riñón a alguien porque, si le has pisado el rabo a su perro sin
querer, te lo reprochará hasta el fin de tus días. Así que relájate y sube tú
mismo unos cuantos puestos en tu escala de prioridades.
¿A que ya vas sintiéndote más relajado? Da un pasito más.
Quédate solo un tiempo. Una noche, un fin de semana, unos días. Me es
indiferente si desahucias a toda tu
familia mandándola al pueblo, le buscas novia a tu compañero de piso o te vas
tú a un hotel rural en Albacete. Pero asegúrate de que ningún conocido pueda
tener acceso a ti, apaga el móvil (sería más radical tirarlo por la ventana,
pero cuando acabes la terapia te arrepentirás), pon tu disco favorito a un
volumen considerablemente molesto para el resto del mundo y tírate sobre el
sofá con un copazo, una bolsa de palomitas o un bol de helado a contemplar los
misterios y las maravillas del techo del salón. Parece una estupidez, pero es
algo que no puedes hacer a menudo y esto sí tiene efecto rejuvenecedor y no lo
de las cremas antiedad que anuncian niñas de veinte años. Sobre todo, no dejes
que nada interrumpa tu momento de paz interior a no ser que se esté quemando el
edificio, en cuyo caso, abandona con tranquilidad el inmueble sin usar el
ascensor y aprovecha una de las ambulancias que haya en el exterior para
continuar con tu siesta en medio del tráfico.
Respirar hondo y contar hasta diez antes de contestarle a un
gilipollas con una sonrsa, ver una película ignorando todo lo que suceda a tu
alrededor antes de que acabe, hablar sosegadamente con tu perro, porque te pone
cara de atención y no te interrumpe con sus propios poblemas, tener una tableta
de chocolate puro en la puerta del frigorífico, no poner el telediario de vez
en cuando, buscar tu nombre en la lista Forbes y reírte al no encontrarlo,
porque en realidad no lo necesitas para nada, perderte en un buen libro con
unos calcetines calentitos... Busca tus remedios pequeños para males pequeños
(o no) que se te hacen bola y deja tu candidatura a Madre Teresa de Calcuta
para otro año.
Y, si todo falla, vente un rato a twitter.